Se calcula que entre 200 y 300 jóvenes de la ciudad viajaron a Estados Unidos a sembrar y cosechar cannabis durante lo que va de 2021. La ventaja de ganar miles de dólares y los riesgos que corren.
Por Bruno Verdenelli
verdenelli@lacapitalmdq.com.ar
Más de un siglo atrás fueron sus antepasados los que encararon la odisea. “Hacer la América” era el sueño. Al sur del continente, Argentina asomaba como la solución para las guerras y las hambrunas del otro lado del Atlántico. Al norte, el espejo era Estados Unidos. Hoy, sin embargo, las economías de ambos países no muestran equivalencias, y muchos descendientes de aquellos inmigrantes que arribaron entonces al puerto de Buenos Aires parten ahora hacia lugares como California, en busca de dinero que les permita proyectar sus vidas.
“Vengo a trimear”, pueden ser las tres palabras mágicas que separen a un forastero cualquiera de un potencial empleado de los granjeros locales. Claro, siempre que el viaje se produzca de septiembre en adelante, porque si el trabajador llega a principios de año, se convertirá en “grower”.
Entre ellos, cada vez son más los marplatenses que hacen la “temporada de marihuana”. Si bien no existen estadísticas oficiales, se calcula que en 2021 hubo entre 200 y 300 entre los campos de “Cali”, como le llaman ellos al “Estado dorado”.
Hay, dicen, sólo dos formas de conseguir un puesto en las granjas: por contacto, o presentándose directamente en la puerta de un café o de algún super o minimercado de los pueblos emplazados al norte de San Francisco.
Desde las principales ciudades de Argentina, aunque también de las capitales europeas, llegan jóvenes para labrar la tierra, sembrar y cosechar cannabis, cuya venta en Estados Unidos -legal en algunos puntos e ilegal en otros- resulta un negocio millonario. Hasta el boxeador Mike Tyson, mítico campeón mundial de los pesos pesados que supo estar en bancarrota, invirtió en el sector y recuperó su fortuna gracias a las plantas.
La mayoría de los “peones cannábicos” confluyen en California después de haber trabajado en otros lugares del mundo. Francisco, con antepasados italianos y vascofranceses, ya completó tres “temporadas de marihuana”. En su caso, supo de esa posibilidad laboral de boca de un amigo -reconocido surfista marplatense- al que se encontró en el “Viejo continente”. Su novia, en cambio, la escuchó en un bar de Miami, donde se desempeñaba como mesera. Así, los dos decidieron probar suerte y volaron a Los Angeles, aunque también podrían haber llegado a su destino a través de San Diego o Sacramento.
Desde los aeropuertos de esas localidades, el camino a “La Meca rural”, al “American dream” moderno, se puede hacer en tren o en bus: “Amtrak” o “Greyhound”, los denominan respectivamente, y ambos transportan a la gente hacia Nevada City o Grass Valley, por citar dos de las aldeas que se emplazan una prácticamente al lado de la otra, en esa zona montañosa que perteneció a México hasta 1848.
“En el ambiente del surf ya es muy conocida la ‘movida’. Está lleno de gente de Mar del Plata, Miramar, Pinamar… Muchos que van a Hawái o a Puerto Escondido a surfear se pagan el viaje con eso. Aunque también hay de Capital y de Córdoba, y conocí alemanes, españoles, franceses, ingleses, centroamericanos y de muchos otros lugares”, explica Francisco, quien pidió mantener en reserva su identidad. A los 35 años, con un hijo en camino y un título universitario que guarda en algún placard, tomó la decisión de “hacer la temporada en Cali” por tercera vez para terminar de costear la construcción de su casa.
Emprendió el viaje en mayo y regresó a fines de septiembre. Trabajó cada uno de los días comprendidos entre esos meses y logró ahorrar 30 mil dólares. Ingresarlos al país, claro, fue una hazaña aparte.
“Te enterás del lugar donde hace falta mano de obra porque vas hablando con gente. Ahora hay hasta grupos de Whatsapp, que no existían la primera vez que fui. En ellos hay contratistas: gente que pide puestos y gente que los ofrece, tanto en inglés como en castellano. Allá el empleo es muy flexible… Capaz es por cinco días, por un mes o por tres, no como acá que hacer una temporada significa sí o sí venir el verano entero”, afirma.
Verde que te quiero verde
García Lorca se refería al viento, a las hojas y las ramas. La frase poética aplica al caso, pues de plantas va la cosa, pero también -y más que nunca- al dólar, esa zanahoria constante de los argentinos.
El precio de los materiales de la construcción aumentaba constantemente y Francisco, que con sus emprendimientos o su carrera profesional no podía terminar su futura vivienda, eligió para lograrlo el trabajo de peón de campo. Pero no durante la temporada de la papa en Otamendi, ni el de la soja en otros sitios de la llanura pampeana, sino el de la marihuana, como ya lo había hecho antes, cuando todavía no era tan famosa aquella travesía.
La decisión fue difícil porque su mujer estaba embarazada, pero en simultáneo, justamente debido a eso tenía que apurarse a conseguir el dinero para levantar el inmueble.
“La primera vez que fui, hace varios años, ella me acompañó. Fuimos directamente a la puerta de un supermercado donde pasan las camionetas que te levantan y te llevan, y por una semana no vino nadie. Nos estábamos comiendo la plata que llevamos hasta que al final llegó una. Ahora fui solo y muy asustado por las restricciones del Covid-19. Me cancelaron un vuelo de vuelta y casi me desespero, pero por suerte pude viajar y voy a estar presente en el parto”, señala.
Al tener experiencia y contactos en el rubro, Francisco ya contaba con un puesto en una granja en esta oportunidad. “Ahí entrás por un amigo o un amigo de un amigo, te pueden agregar a los grupos, o directamente yendo a la puerta de los negocios de los pueblos, donde pasan los granjeros a buscar laburantes. Es muy difícil meter gente porque son seis o siete por campo. Son territorios chicos, no como acá en Argentina que la llanura no termina nunca. Allá están en la montaña. Al sector más productivo, de San Francisco para arriba, se lo conoce como ‘mediterráneo’. Y si metés a alguien tenés miedo de que ese te saque tu puesto después con sus propios contactos”, describe.
Cultivar y vender marihuana es legal en California, y en varios de los estados de la unión, pero ilegal en otros. Trabajar en el país del norte es la cuestión, porque eso no está permitido si no se cuenta con una visa específica. Sin embargo, Francisco dice que “cuando cae la inspección a los campos en general se interesa más en cuánto tiene que pagar el productor de impuestos por el negocio, que en ver quién está adentro”. Igualmente, reconoce que viajeros como él corren el riesgo de ser deportados.
“Cuando vas una vez no pasa nada, pero si son dos, tres, cinco veces seguidas… A muchos amigos les pasó que no los dejaron entrar. Porque vos estás yendo muchas veces por varios meses, y es obvio que vas a trabajar. Pero si entrás, después no hay más riesgos: ya estás trabajando. El otro peligro es pasarte de los 10 mil dólares que podés entrar en el bolsillo a Argentina y que te descubran, pero ese es otro tema”, aclara.
Por lo general, las personas que viajan a hacer “la temporada de marihuana” a Estados Unidos fuman esa hierba. En California, hasta hace cuatro o cinco años un ciudadano podía tener como máximo 99 plantas, pero hoy directamente ya no existe el límite, siempre y cuando se le abone al autoridad gubernamental el jugoso monto establecido -alrededor de un millón de dólares- para obtener la licencia de productor oficial.
El fruto de la cosecha puede comercializarse en sitios en los que está permitido, o de forma clandestina. Por caso, ciudades como Miami o Nueva York, donde está prohibida la venta y el consumo de cannabis y de otros narcóticos, constituyen mercados mayormente atractivos para enviar la hierba porque su precio, al tratarse de una maniobra ilegal -con los riesgos que eso supone-, es ampliamente superior.
“Llevarla hasta allá es un tema, y eso se paga mucho, porque es clandestino y muy riesgoso. Te pueden dar 20 mil dólares por cuatro días manejando. Generalmente lo hacen con mujeres, a las que no controlan tanto en las autopistas… Y si no van a buscarla los mismos habitantes de los estados en los que está prohibido”, admite.
Según cuenta Francisco, la diferencia entre esos lugares y California no es sólo cuestión de normas sino que en este último sitio “hay mucha cultura de la marihuana, de cuatro o cinco generaciones”. “Es gente muy volada, muy espiritual; hay muchos adultos mayores que vivieron los ’60 y el hippismo. Y no sólo cannabis: consumen hongos, ácidos… Es un lugar muy distinto a todos”, subraya.
Trabajo y pago
Entre febrero y marzo, en las granjas comienza la temporada de cultivo: regar, fumigar, sembrar y arar la tierra para volver a plantar son las actividades primordiales. Para eso, el dueño del terruño paga entre 15 y 25 dólares la hora, cuando termina la semana laboral, que puede ser de hasta siete días si el trabajador -denominado “grower”- así lo desea. Es decir, el empleado puede escoger entre tener o no jornadas libres. Otra modalidad de abono es al final de la estadía del viajero, todo junto.
“En los lugares organizados, hay un manager que controla todo. Generalmente, te dan una planilla y ahí se ponen las horas trabajadas. Si la producción es chica, directamente lleva el registro el mismo dueño”, especifica Francisco.
Respecto a la modalidad, hay que destacar que antes solía cultivarse la semilla en forma hidropónica. Es decir, en el agua. Pero hoy en día los granjeros compran esquejes o clones: van a San Francisco, donde una empresa les vende directamente los plantines.
“Estás ahí y te cae una caja llena con 3 mil plantines. De ahí van al nursery, que es como una enfermería: entonces se da la primera parte del crecimiento, con sombra y macetas chiquitas de uno, dos o tres galones. Se riega y se le echan nutrientes; se le bajá el pH al agua y cuando la planta está a la altura de la cintura, va al ‘greenhouse’, que es una carpa gigante tipo invernadero, o de una al exterior, al sol. La ventaja del ‘greenhouse’ es que se puede controlar la producción, porque iluminás de forma artificial o bajás las carpas y le das oscuridad cuando querés”, agrega.
El “trimming” es distinto: se puede pagar por hora o por libra. No es otra cosa que la cosecha que, como el ciclo de la planta está invertido respecto de Argentina, se da hacia fin de año.
Cada peón debe llenar una bolsa con las flores emergidas de las plantas. La libra -454 gramos- se paga entre 70 y 150 dólares. “Cuando te van a buscar para ‘trimear’ -relata Francisco- es porque tienen todo listo para hacerlo. Uno agarra la mota, que está adentro de un táper grande, y le sacá todo lo que no es flor: las hojitas, las ramas, todo… Eso se llama ‘backing’. Después mete las flores en la bolsa y ellos pagan según la cantidad recolectada o las horas de trabajo cumplidas. Eso lo define antes el dueño y uno acepta o no cuando se lo ofrecen”.
Inclusive, la contratación puede ser, por ejemplo, para limpiar las viviendas y, si se cobra por hora, se perciben ingresos desde que comienza el día.
Como ocurre en cualquier ámbito, si la paga de la cosecha es por libra el trabajador intentará llenar la mayor cantidad posible de bolsas. Y, si bien existe egoísmo, no es menos cierto que “hay flores para todos” y los logros de cada uno dependerán, al fin y al cabo, de la velocidad y el nivel de esfuerzo que hagan al momento de “trimear”.
Esa tarea no puede hacerse con cualquier herramienta, sino que debe llevarse a cabo con tijeras especiales. “Valen 30 dólares y se las tiene que comprar uno en el pueblo. Son buenísimas. Después, cuando te vas, las podés dejar ahí o traerlas de recuerdo”, narra Francisco.
Y continúa: “La cantidad de plata que se gana por día depende del lugar, porque donde podés llegar a levantar tres o cuatro libras, tienden a pagarte cada una 70 dólares, y donde podés hacer una libra y media, te la pueden pagar 150. En promedio, hay que calcular más o menos 200 dólares por día de ganancia. Al final, a mí la cuenta me daba igual: yo, por mi velocidad de ‘trimming’, ganaba más o menos 18 dólares por hora de las dos maneras. Esta última vez trabajaba de 7 de la mañana a 9 de la noche. Una locura: eran aproximadamente 14 o 15 horas. Paraba sólo a comer pero también te pagan el horario de comida, que es de 30 o 40 minutos”.
Beneficios y peligros
Durante la estadía, el peón puede dormir en una casa ubicada en la misma granja o, si el espacio disponible adentro está ocupado, en una carpa emplazada afuera. Otra acción que allí se permite, y en forma libre, resulta tan atractiva como los dólares para casi todos los que van a trabajar a California.
“Fumar marihuana es libre. Con tus papeles agarrás la que se te ocurra, porque hay tanta… No tiene valor. Es como la papa en Mechongué. Igual no estás fumado todo el día, porque si trabajás por producción no te conviene estar todo el día colgado. Si trabajás por hora es más libre porque vos ya estás cobrando igual. Pero igual eso depende de cada uno”, añade.
Tiempo atrás, en las casas se pagaba la comida de los viajeros. Cada uno iba al supermercado, adquiría sus víveres y luego mostraba el ticket al dueño o al manager, que devolvía el dinero. Pero ocurrió lo obvio: “Un argentino se pasó de mambo y apareció con cervezas, carne de exportación… Y cortaron esa movida. Ahora cada uno se compra lo suyo en la mayoría de los lugares y por eso, lo primero al llegar allá, es conseguir un auto entre amigos o compañeros. Usados, salen entre 1.500 y 4 mil dólares, y sirven para ir hasta el pueblo a buscar lo que sea necesario, porque la nafta es muy barata. Después se venden por la mitad o se dejan allá para usar el año siguiente”, sostiene.
En cuanto a los peligros, como lo remarca Francisco, el peor de todos es la expulsión de Estados Unidos. O, en rigor, el rechazo al ingreso al país con visa de turismo.
Pero otro temor que suelen tener quienes viajan a hacer “la temporada de marihuana” es que, una vez de regreso a su lugar de origen, les confisquen el dinero adquirido. “En el caso de Argentina si te pasás de los 10 mil dólares permitidos, no podés traerlos en el avión. Bueno sí, pero te arriesgás a que te los saquen. Y si hacés toda la temporada te pasás seguro de esa ganancia. Tenés que ver cómo te podés traer todo, porque si te agarran te empiezan a investigar y fuiste”, advierte.
Y sigue: “Argentina es muy particular porque si querés mandar la plata por Western Union, ponele, perdés mucha en el cambio. Por ejemplo, los hondureños que están allá van a un banco, hacen una transferencia y la recibe la familia en Honduras. No tienen problema para llevársela… Este es un problema nuestro y de Europa también”.
En ese sentido, recuerda que el “Estado dorado” se halla repleto de jóvenes del “Viejo continente” porque “California es uno de los lugares en los que mejor se paga el trabajo”.
“Un empleado de Mc Donald’s, por decirte cualquiera, cobra 18 dólares la hora y en Texas, 7. El sistema allá funciona porque nosotros o los centroamericanos cobramos menos. Un ‘gringo’ te cobra 30 o 35 dólares la hora para ir a laburar al campo”, resume Francisco.
Y concluye con una anécdota que refleja cómo se las rebuscan los argentinos para lograr llegar al país con el dinero ahorrado, sin riesgo de perderlo. “La primera vez que fui les pagué un pasaje a mi mamá y a mi hermano para que me trajeran la plata. O sea, la dividimos en tres. Esta última, lo hice a través de un amigo que es dueño de unas cabañas en Nicaragua y tiene una cuenta en Estados Unidos: mandé los dólares allá, porque él los necesitaba en efectivo, y después me los dio acá. Igual, siempre es una preocupación”. La última de todas, hasta el año siguiente.
Mañanas campestres (y tardes y noches)
Grass Valley es parte del condado de Nevada, en el estado de California. Según el último censo, cuenta solamente con 10 mil habitantes. En el pasado, fue el pueblo donde se encontraba “todo el oro de la costa oeste” de Estados Unidos.
“Todos son millonarios ahí pero ni te das cuenta, son muy sencillos”, reseña Francisco. La zona es montañosa y cruzada por ríos. Por eso, cuando los trabajadores deciden tomarse un día, pueden pasear por allí. De noche, cuando finaliza la jornada laboral, suelen ir a comer una hamburguesa o una pizza al pueblo.
“En el campo tenés el tiempo libre que quieras. Podés decirle al tipo que te vas tres días y volvés, pero por ahí consigue a otro que es mejor y perdés el puesto… Igual, son pocos los espacios verdes para ver; cada lugar tiene su shopping y el supermercado, y no hay mucho más”, agrega.
Acerca de la granja a la que ha ido a trabajar, Francisco suministra un dato sorprendente: el dueño tiene sólo 27 años. “Es más joven que yo y me quiere de manager… Quiere que me quede a vivir ahí porque confía mucho en mí. Es un personaje, descendiente de mexicanos y españoles: fue su bisabuelo el que arrancó a cultivar marihuana, con la mota súper cara y en la ilegalidad total, metido en la montaña”, revela.
En un siglo, la actividad se volvió tradición. “La familia entera vivió de eso toda su vida… Este campo es de él y de su papá, por ejemplo, aunque tiene varios con otras personas, porque la licencia de productor se puede sacar individualmente o en sociedad. Y como la mota bajó de precio, se está pagando mucho de licencias e impuestos. Para ellos es un momento raro, entonces algunos se asocian”, finaliza.